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Cristianismo y poder: segunda parte.

Actualizado: 16 jun 2020


Sobre la adopción por parte de Constantino del credo cristiano existen variados análisis históricos. Aquí veremos el relacionado al poder, al asumir Constantino la nueva religión los primeros predicadores cristianos, como el caso de Eusebio, establecieron fuertes nexos con el imperio romano. Pablo quería apartar el cristianismo del judaísmo y convertirlo como hemos visto en algo universal, en esta tarea el imperio político unido a la creencia sería fundamental. Eusebio estableció en primer lugar un orden en cuanto la organización del credo del cristianismo y una serie de normas relacionadas al poder político y religioso; en términos prácticos, Eusebio consolidó la divinización del emperador Constantino y lo revistió de la idea de que el emperador era una especie de altísimo jerarca de la iglesia, la semilla de la unión de ambos poderes, consolidada además en el discutido (pero aceptado de manera conveniente) documento de la donación de Constantino, donde el emperador a su vez entrega poderes extremos de control político y social al naciente cristianismo.

Hemos visto entonces cómo en sus raíces históricas el cristianismo se consolida ideológicamente con la prédica de sus primeros creyentes. Por supuesto Pablo de manera especial y, como esto llega hasta el poder político en la figura de Constantino, hasta ahora parece un proceso pacífico o por lo menos “natural”. Sin embargo aquí analizaremos también la expansión del cristianismo ya no solo dogmáticamente sino también con los medios coercitivos y/o violentos además de cómo esa base dogmática adopta las posiciones fanáticas o radicales desde esos primeros años y que hoy también son evidentes en nuestras sociedades.

En este contexto era evidente que había una considerable cantidad de cristianos que proliferaban en el imperio romano. Constantino, al adoptar esta creencia, por supuesto es dominador de todo este credo pero a su vez le otorga el poder de expandirse libremente. Sin embargo, y según el libro “La edad de la penumbra” de Nixey, los primeros cristianos no estaban dispuestos a tolerar esto. Para predicadores tan influyentes como Agustín o Juan Crisostomo solo podía existir un credo y negarle esa verdad  o los otros era prácticamente condenarlos. Es decir, el cristianismo se asumió como hemos visto como la única doctrina verdadera y por tanto consideraba la posibilidad de obligar, si era necesario por la  fuerza, a la conversión de todas las personas que no compartían su credo, pues desde la visión de estos predicadores era su  tarea y era lo correcto. Esto lo fundamentaron en versículos bíblicos. Citamos el ejemplo del Deuteronomio —el cual ellos mismo utilizaron para estas tesis—  versículo 12, 3: “y derribareis sus altares y quemareis sus imágenes y sus bosques, consumiréis con fuego destruiréis las escultoras de sus dioses y extirpareis el nombre de ellas de aquel lugar”. Este versículo se constituye en la destrucción de todas las otras creencias, por consiguiente las personas que no gustaban del cristianismo serían sometidas a la fuerza.

En este punto y sin entrar en análisis más extensos, es donde podemos observar una serie de tesis extremistas del cristianismo que se fundamentan en textos bíblicos sobre su creencia, la cual considera que es la única verdad y que por ende debe ser asimilada así por todo el mundo. Estas ideas, por supuesto, no se quedarían en la sola enunciación y, al ser interpretadas por la base dogmática popular ya expuesta, tuvo como resultado la imposición del cristianismo de maneras violentas y que serían toleradas por los posteriores emperadores que siguieron a Constantino en su fe cristiana, como el caso de Teodosio. Es así como Crisostomo proclamaba al mejor estilo de cualquier dictadura que los cristianos debían espiar a sus vecinos en sus tareas cotidianas, mantener la vigilancia extrema sobre sus actividades paganas, es decir interferir en la vida personal de estas e informar a las autoridades cristianas de estos crímenes paganos con el fin de “educar” en la doctrina correcta. Crisostomo exponía una suerte de conversión forzada la base de la más primaria violación de las libertades humanas. Agustín reforzaba esta posición argumentando que el uso de la violencia para convertir a los gentiles era válido ante los ojos de su dios puesto que era necesario por la necesidad de un bien mayor. Estamos ante mecanismos dictatoriales sin duda alguna, pero no eran ellos quienes realizaban dichas tareas, sino la base dogmática del movimiento, las personas comunes cristianas que también sentían que estaban llamadas a realizar esta tarea y que ciegamente creían en que esto era realmente bueno. Esta masa de fanáticos violentos derivó en una suerte de cuerpo “paraestatal” del cristianismo que hacia las tareas sucias de los obispos de aquella época, conocidos como los cincunceliones. Este grupo era “repudiado” por fanático pero utilizado para realizar actos contra otras creencias cuando se le necesitaba. Anterior a este grupo también existieron diversas formaciones cristianas fanáticas que no dudaban en emplear la violencia contra los paganos. En este sentido, la autora Nixey fundamenta que, sin este tipo de prácticas que convertían a las personas a la fuerza, el cristianismo no hubiese proliferado como lo hizo.


En conclusión, las raíces históricas del cristianismo están fundamentadas en el dogmatismo, el autoconvencimiento, la consolidación de un poder político, el control de masas y en una base fanática dispuesta a hacer lo que sea para mantener vivo el movimiento. Parece que fue muchos siglos atrás, pero es la actualidad y es así como esta creencia persiste y se impone en la sociedad.

 

Escrito por Juan David Ramirez Rubiano. Sociólogo humanista.


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