En este artículo partimos de dos fundamentos que pretendemos explicar brevemente con la intención de explicar cómo el cristianismo ha tenido históricamente relaciones con el poder político y cómo ha influenciado también el control de las masas.
Realizamos, inicialmente, un breve análisis para entender cómo el cristianismo se constituyó como la religión hegemónica de occidente y cómo se expandió prácticamente eliminando las creencias consideradas paganas, y también en qué se fundamenta/ó para eliminar otras creencias autóctonas como las de los pueblos indígenas, que más adelante en la historia pretendería erradicar totalmente en la época de la conquista del continente americano.
Establezcamos tres perspectivas principales, esto con la intención de conectar al cristianismo con los tres pilares que podríamos establecer para la consolidación de su poder y de su hegemonía: en primer lugar, como aliado del poder político, esto visto desde sus primeros años con la consolidación del poderío de la naciente iglesia católica con los emperadores romanos y la unión de ambos poderes en congruencia con el control político.
En este primer hilo observamos que, aunque el imperio romano cayó, algunas monarquías desaparecieron —y otras prácticamente no tienen poder político—, las dictaduras fascistas del siglo XX llegaron a su fin y las democracias contemporáneas han tratado de hacer leyes para separar el poder político de la influencia religiosa, el cristianismo mantiene una fuerte representación en las esferas del poder. Podemos inferir que, aunque el poder político se transforma, el poder del cristianismo que se ha forjado alrededor de este, no finaliza.
En segunda instancia, también tenemos que revisar cuál ha sido el manejo de las masas de desde esta religión y cómo ha podido influir en la mentalidad de tantas personas y mantener un arraigo tan fuerte en nuestra sociedad. Para esto se debe entender el hilo histórico que lo permitió y que probablemente es la razón por la cual el cristianismo permeó de una manera tan fuerte la mente de las personas y que, a pesar de lo visto con la caída de los poderes políticos, mantiene una base “popular” de creencia que le permite tanto a este en sus diferentes sectas y a la propia iglesia católica seguir a flote y no desaparecer Es decir, cuando el poder político que es apoyado por el cristianismo es derrocado, se mantiene la convicción de las personas en su creencia religiosa. Podríamos decir que esto se acerca a un profundo dogmatismo, quizá enraizado en la ignorancia humana, pero esto tiene razones históricas que, si bien están conectadas por el poder político, están aún más relacionadas con la mente de las personas que se han denominado católicas o cristianas en el desarrollo histórico de esta creencia.
Un tercer aspecto es la expansión propia del cristianismo. Claramente está interconectada por con las dos anteriores: la forma como el cristianismo se expandió y las tesis con las que lo hizo, ya sean ideológicas o utilizando mecanismo violentos o de coerción. Es decir, el cristianismo tuvo dos fases, una en la que se expandió inicialmente bajo la persecución romana de base más ideológica, y otra en la que ya apoyada en el poder imperial que se impuso con mayor fuerza, ya no solo ideológicamente sino sustentada en mecanismos violentos para y expandirse. Es decir, el cristianismo pasó de ser una pequeña serie de sectas que se propagaba por la prédica dogmática, a ser un poder político que podía hacerse de los mandatos imperiales y del ejercicio del poder para expandirse y consolidarse, toda una maquinaria que por supuesto inició en la época romana, continuó y se consolidó durante la época de la edad media y las monarquías y que, a pesar de las revoluciones liberales y posteriormente comunistas, logró mantenerse.
Hasta este punto encontramos que el cristianismo se fundamenta y consolida en el poder de tres formas: una base ideológica/dogmática que fundamenta la creencia en las bases de la población. Conjuntamente quienes han iniciado este movimiento popular y lo han enseñado van consolidándose como sus intérpretes como los pastores u obispos quienes organizan esta base y la convierten mediante la doctrina ideológica en un movimiento fuerte que empieza a abrirse camino a la unión con el poder político de turno y una tercera etapa en la cual, una vez el poder de base y sus líderes han tomado el poder político, imponen los mecanismos legales para mantenerse en el control de ese poder y, una vez este se ve sometido o debilitado, el cristianismo vuelve a las bases ideológicas de corte popular sembradas en la masa creyente y adoctrinada que en esta etapa se ha convertido ya en sectores radicales o fanáticos que levantan y mantienen el movimiento. Es un ciclo que parece no tener fin.
Por consiguiente, para entender esta perspectiva, demos una breve mirada histórica de la conexión de poder de base ideológico, poder político, mecanismos de expansión del movimiento y mantenimiento ideológico del mismo.
Primero, las bases del poder ideológico radican en las raíces del cristianismo desde el judaísmo. En la época histórica en la que se supone aparece Jesús existía en la comunidad judía un anhelo fuerte de la llegada de un mesías, un elegido. Los judíos siempre han tenido esta creencia debido a las múltiples persecuciones de las que han sido víctimas; es un pueblo que espera un salvador de corte celestial o divino que cambie su desafortunada suerte y los salve. Comprendamos entonces que la idea del mesías esta tan asimilada por los judíos de aquel entonces que esperaban ese salvador con ansias. Durante esa época muchos se proclamaron como tal e incluso el movimiento de los zelotes añorando las gestas macabeas esperaban un guerrero de dotes milagroso para libar al pueblo judío del sometimiento romano. Esta idea, si bien se apartaría del judaísmo en lo que refiere a Jesús, caló fuertemente en la conciencia de los primeros cristianos. Dejando de lado toda la historia bíblica ya conocida, la idea mencionada trascendió en los primeros cristianos quienes, si bien nunca mencionaron que Jesús fuera dios, sí mantuvieron esa idea para consolidar el movimiento. En ese orden de ideas, Pablo —quien es el mayor impulsor del cristianismo— establece, según el historiador Paul Jonhson, las bases ideológicas del triunfo del cristianismo sobre el paganismo reinante: en primer lugar el paganismo de Roma como religión tenía algunas falencias que el cristianismo supo de manera hábil ocupar El culto pagano no ofrecía nada más allá de la vida o por lo menos algo que consolara al ser humano. Pablo empieza su ejercicio de conversión con esta idea: Jesús les ofrece la verdadera repuesta a estas personas paganas, una salvación verdadera y una promesa de una vida eterna, algo que el paganismo no ofrecía. Para nosotros puede resultar una idea poco convincente, pero esta base ideológica realmente entró en el imaginario de muchos paganos que la tomaron y la asimilaron. Daba una respuesta al vacío de su creencia pagana. Conjuntamente el credo pagano era estatal, es decir que hacía parte del imperio y no tenía nada de personal o voluntario y el cristianismo supo interpretar este reclamo. Por supuesto, la gente sentía que era su elección y que más allá de los ritos de la religión estatal existía una convicción personal que se iba convirtiendo en una comunidad independiente del imperio y que ofrecía verdaderas respuestas existenciales. Este aspecto parece menor pero observamos que después de 2000 años es la misma idea que consolida tanto a católicos como a protestantes, congregaciones con fuertes creencias que se unen por una promesa, por una predica convincente o por una experiencia personal y voluntaria, que sin embargo hace parte del vacío existencial del ser humano y del cual el cristianismo se aprovecha bajo promesas y tesis que convenientemente solo se pueden comprobar a la hora de la muerte.
Partiendo de esta idea tenemos entonces que Pablo, según su propia convicción (pues no tiene otro fundamento más allá que su propia interpretación), establece que el mensaje de Cristo es real, que su prédica es la única verdadera y la llamada a convertir a todos los gentiles. Entonces no se trata ya de un credo estatal, es la salvación y no es para unos pocos sino para todo el que quiera estar en esta comunidad. Una base ideológica arrolladora que además ya no dependía de ningún Estado o imperio (esta idea ayuda a entender porque el cristianismo sobrevive a todas las desapariciones de los diversas formas de gobierno) sino que es una comunidad elegida no por temas de razas o naciones sino por la comunión con Cristo a la cual pueden acceder todos. Esta idea, establece Johnson, permeó tanto la sociedad pagana que prácticamente la cristianizó y obligó a Constantino a declarar el edicto de Milán permitiendo la libertad religiosa, obviamente con un cristianismo casi que triunfador con la intención de que el imperio absorbiera la nueva religión y que esta no fuera la caída del mismo (aunque posteriormente se vería que tuvo influencia en ello).
Escrito por Juan David Ramirez Rubiano. Sociólogo humanista.
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